Un enjambre de mosquitos comenzó a estrellarse contra las ventanillas.
El ruido extraterrestre se hizo con el espacio y todos, hasta un pequeño perro que viajaba con una anciana, enmudecieron.
La nube era cada vez más y más densa, ya no se veía el sol que hacía minutos alegraba el paisaje.
Las parejas aferraban sus manos entre sí temiendo lo peor. Y lo peor sucedió.
Los insectos comenzaron a colarse entre las mínimas rendijas, y muy pronto se abalanzaron con sus puñales diminutos sobre los pasajeros.
Primero selectos, sobre los niños que gritaban al sentir las punzadas, pero más tarde no hubo discriminación. El perro intentaba sin éxito darles caza, sin embargo, él también fue una víctima más.
En poco más de media hora no quedó un trozo de piel sin picadura, ni aliento que no hubiera incluido un zumbido.
El tren se detuvo chirriando su propia inercia.
Con el silencio, los mosquitos se elevaron cargando su botín de sangre.
Al llegar los técnicos ferroviarios, un espectáculo tenebroso de cadáveres informes se abrió paso. Presente también el hedor de la muerte.
Afuera, el ruido perpetuo de la selva. Y el espléndido sol irradiando entre la maleza impenetrable.
Texto: Esperanza Castro
Imagen: Pixabay
¡Huy, qué angustia!
Muy bien descrito. ¡Enhorabuena!
Muchas gracias, Silvia.
Me alegro de que te haya gustado. 🙂
Muy buen relato Esperanza. Gracias por compartirlo y traer recuerdos no solo personales sino también de los momentos que estuvimos juntas en estas tareas entre letras.
Muchas gracias, querida Orietta.
Tengo ganas de verte.
Un beso grande.