– Mamá, te noto extraña.
– ¿Por qué? Pero si estoy como siempre.
Pues precisamente por eso, porque estaba como siempre, igual que si hubiese ido a comer con ella la semana anterior, como tenía por costumbre antes de declararse el estado de alarma.
Yo, que conducía nerviosa bajando la M30 hacia su casa, que hasta me parecía bonito el asfalto, las vallas, las paredes de hormigón; que había aparcado con mariposas en el estómago en la calle Doctor Esquerdo y había introducido la llave en el bombín de su casa con el corazón en la boca, no podía entender su estado emocional.
Flanqueada la puerta, nos vimos en la distancia de los metros del pasillo enmascaradas las dos, guardando las distancias. La única que salió como loquita a su encuentro fue Queca, alegre por ver de nuevo, después de tantos meses, a su abuela canina. Y mi madre también feliz la acogió en sus brazos y la abrazó hasta estrujarla.
Mientras observaba en la distancia la escena con un poquillo de envidia (o de celos, quizá) pensaba: “¿Y yo?”.
Nos dirigimos al salón previo lavado de manos y yo la miraba a los ojos. Sonreíamos, claro que sí, pero su vista se perdía de vez en cuando en el sempiterno documental de La 2 que mi madre ve tarde tras tarde. Y yo rumiando la misma pregunta: “Pero ¿y yo qué?”. Me sentía cual cuadro pintado en la pared.
Hasta que le compartí mi extrañeza, mi sorpresa ante su reacción de nuestro encuentro.
Su respuesta fue que no tenía ninguna novedad que contarme, que todos los días hablábamos por teléfono. Bajo mi mirada “ojiplática”, entonces ya sí confesó que tenía unas inmensas ganas de darme un abrazo.
¡Por fin! ¡Llegué a pensar que en vez de madre tenía un robot frente a mí!
¡Por suerte no se trataba de la escena de la distopía que algún día imaginé! ¡Mi madre era de carne y hueso y, sobre todo, tenía corazón!
Más tarde, reflexionando sobre lo acontecido, llegué a la conclusión de que se había blindado. Que se había puesto una coraza para no emocionarse ante el primer encuentro de un miembro de su familia o amistades que la iba a visitar desde mediados de marzo.
A partir de esa bajada de guardia y reconocimiento de la necesidad del abrazo (que no le di con el cuerpo, pero sí con la mirada), nuestro encuentro se tornó amoroso, igual al construido por mi imaginación inquieta.
Me congratulo al comprobar que no hemos llegado a aquella distopía, ni que el teléfono ni las videoconferencias (que, verdaderamente, nos han ayudado a sobrellevar mejor estas semanas) podrán sustituir nunca a la PRESENCIA, al CONTACTO ni a la CARICIA.
Para disfrutar de estos dos últimos, los que no hemos convivido aún tendremos que esperar un poco más, pero para la presencia física, por suerte, ya no.
Eso ya es una realidad, un placer y un auténtico regalo.
Seamos conscientes de ello y… disfrutemos de la IRREMPLAZABLE PRESENCIA.
Texto: Esperanza Castro
Imagen: Gerd Altmann
Me encanto lo que escribiste tati un fuerte abrazo desde la distancia
Muchísimas gracias, Caro!!!
Espero verte más por aquí.
Pronto nos veremos en persona.
Te mando otro abrazo!!!!
En la situación que describes veo mucho sentimiento contenido. La perrilla no entiende de eso y, por tanto, fue la única que actuó de forma espontánea.
Tienes toda la razón, Silvia.
Queca fue la única que actuó con naturalidad.
Muchas gracias y un besazo!!!
Tu madre actuó con la cabeza, ya que lo el corazón le pedía ahora no es posible. Y demostró lo mucho que quiere a su hija, a pesar de parecer «fría» al principio. Las madres son una «especie única».
Ciertamente. Lo que también me pasa ed que soy «una peliculera» y me monté una escena en mi cabeza tipo culebrón. Es lo que tiene ser una romanticona.
Gracias por tu comentario y te envío un beso enorme!!!!!
Una vez más, hermoso relato de una vivencia que va más allá de lo que nunca hubiéramos imaginado….»no poder abrazar a tu ser querido».
Tu madre hizo lo correcto, igual que tú.
Y aunque el abrazo está en la mirada y en el corazón ,nos cuesta mucho no darlo con el cuerpo, pero llegará el momento….
Gracias por compartir.
Te abrazo, mi Espe.
Muchísimas gracias, mi Merce.
Sí que cuesta mucho no darlo, pero hay que tener en mente ante todo la salud.
Te quiero muchísimo. Y tú lo sabes.